Situaciones de crisis y expectativas de reactivación se repiten a menudo en la historia económica local. El presente y los números alentadores para el próximo año.
Los informes de coyuntura económica sobre la Argentina durante se parecen mucho a pasajes de catástrofes bíblicas. Cuando se conjugan los males viejos conocidos con eventos de la naturaleza de magnitudes inéditas, es difícil disociar la dura realidad doméstica de, por ejemplo, las diez plagas de Egipto.
Por caso, no es raro encontrar párrafos como el siguiente: “La inflación aumentó aún más, mientras que la confianza del consumidor se mantuvo profundamente deprimida y el peso siguió debilitándose. Los importantes riesgos de pago de la deuda y la incertidumbre política preelectoral plantean riesgos a la baja. La sequía histórica, sumada a las heladas, está afectando las cosechas de soja y maíz. Debido a casos de gripe aviar, el gobierno suspendió las exportaciones de aves”.
Salvando las enormes distancias, sequía, heladas y gripe aviar, son palabras con puntos en común con algunas de las plagas bíblicas más notables, como granizo, langosta y peste del ganado. Pero hay un elemento de contacto aún más relevante: tanto el Egipto al momento de las plagas, como la Argentina de “La Niña”, ya estaban sufriendo una crisis social y económica, insostenible para sus gobernantes.
¿Es justo el diagnóstico terrible que se viene elaborando sobre la Argentina? Parece que sí, teniendo en cuenta los altos índices de inflación, la pobreza que vuela y una economía con poquísimo músculo como para sostener un crecimiento saludable.